Sangre de Baco

Réquiem por Palmira

Luis Manuel López | Artículo | 28/05/2015 - 13:17Comenta

La pasada semana, todos los medios internacionales alertaban a sus lectores de que las tropas del Estado Islámico se encontraban a escasa distancia de la ciudad de Palmira, sin que un impotente ejército sirio pudiera hacer apenas nada para frenar su avance. De inmediato saltaron todas las alarmas. ¿Correría la misma suerte la ciudad de Zenobia que la capital del imperio parto? ¿Caerían sus edificios milenarios bajo los obuses y la dinamita de los extremistas islámicos de EI? Pocos días después, la ciudad era escenario de sangrientos enfrentamientos, y al tiempo que el ejército sirio se retiraba hacia posiciones más seguras, tratando de rescatar en su repliegue las piezas arqueológicas de pequeño tamaño, los primeros civiles caían víctimas de las ejecuciones sumarias de los yihadistas. En Occidente la información que recibíamos era variada, confusa y en ocasiones contradictoria. Sin embargo, todo apunta a que en estos momentos el Estado Islámico controla la práctica totalidad del yacimiento arqueológico de la antigua Palmira.

Ruinas de Palmira

¿Qué objetivo tienen los yihadistas para arriesgar sus vidas y su preciado armamento conquistando un yacimiento arqueológico? Algunos medios han señalado el interés que este nuevo califato ha puesto desde su fundación en la destrucción de todo el patrimonio preislámico de los territorios que caían bajo su control, con el objetivo de borrar las memorias de sus pueblos, de destruir cualquier identificación de estas poblaciones con su pasado más remoto. Aunque esto es cierto, solo lo es de forma parcial. Palmira no sólo es un testimonio de la grandeza de Oriente en época clásica: es también un punto estratégico desde el que controlar los yacimientos de gas y petróleo de la región, vitales para el abastecimiento y la resistencia de Siria. Una vez más encontramos el petróleo, el maldito petróleo, como causa última de la muerte y la destrucción en Oriente Próximo. ¿Quién iba a decir a la reina Zenobia que ese aceite de roca que manaba del suelo iba a ser la causa de la destrucción de su ciudad dos milenios después de su muerte?

Por el momento no nos han llegado imágenes de destrucción de los restos arqueológicos del yacimiento, lo cual, conociendo el afán propagandístico del Estado Islámico y su estrategia de comunicación, supone una cierta garantía de que los monumentos de la ciudad de Palmira aún no han sufrido un ataque sistemático. La idea de que sus edificios milenarios puedan correr la misma suerte que las esculturas del museo de Mosul hace palidecer a cualquier amante de la Cultura Clásica. No hay motivos para ser optimista. Todo apunta a que, por el momento, las tropas yihadistas se dedican a controlar a los habitantes de la región y a ordenar cientos de ejecuciones sumarias de todos aquellos que se niegan a cumplir sus órdenes. Las piezas arqueológicas aguardan su suerte bajo el sol del desierto.

Yihadistas del grupo ISISLeyendo estas noticias, viendo estas terribles imágenes, se cae en la fácil tentación de sacar conclusiones rápidas y sencillas, muchas de las cuales son introducidas en nuestras cabezas por los medios de comunicación de forma totalmente consciente. La destrucción de la cultura es algo innato en el Islam. Los habitantes de Oriente Próximo no respetan su patrimonio. Bárbaros musulmanes que no merecen disfrutar de un legado tan rico. Conclusiones cargadas de mentalidad neocolonial que son solo fruto de una mezcla de rabia y desconocimiento a partes iguales. Pues la destrucción de Palmira, si llegara a producirse, tendría, aunque un solo culpable, muchos responsables a sus espaldas.

Tal y como afirma Naomi Klein en su magistral obra “La doctrina del shock”, antes de la invasión estadounidense de Iraq, la mayor parte de sus habitantes defendía la existencia de un estado laico y la persecución de las doctrinas más radicales del Islam. El gobierno de Sadam Houssein, una dictadura que violaba los derechos humanos de forma sistemática, demostraba sin embargo un profundo respeto hacia el legado cultural de época clásica y anterior, manteniendo museos y excavaciones arqueológicas en un estado óptimo de conservación. En definitiva, los iraquíes y sus gobernantes eran un pueblo orgulloso de su pasado que vivía el Islam con moderación. ¿Qué ha ocurrido en esta última década para que estos iraquíes se convirtieran en una fuente inagotable de combatientes para los grupos yihadistas presentes en la zona? La respuesta hay que buscarla en la invasión ordenada por el presidente George W. Bush y, ante todo, en la nefasta política de ocupación decretada George W. Bush y su equipo de gobiernodesde Washington y encarnada por el irresponsable Paul Bremer, gobernador del Iraq ocupado, y su jefe, Donald Rumsfeld. Una política de ocupación que humilló al pueblo iraquí, que le negó la democracia que había prometido al concluir la invasión, que puso la economía del país en manos de las multinacionales, que permitió que el paro se disparara y el hambre y la miseria se generalizaran en un país que, hasta el momento, había sido uno de los más prósperos de la región. Los iraquíes vivieron en unos años cómo pasaban de la tiranía de Sadam a la pobreza y la humillación bajo la bandera de los Estados Unidos. Esto creó en ellos una sensación de vacío, de ausencia de recursos materiales e ideológicos, que fue rápidamente llenada por los clérigos sunníes más radicales. El iraquí hambriento y desesperado que había perdido su trabajo en las fábricas ahora controladas por una empresa americana. El niño que había presenciado cómo su padre era sacado de casa a punta de metralleta y conducido a la infame prisión de Abu Ghraib. El funcionario víctima de la reducción neoliberal de la burocracia iraquí y su sustitución por subcontratas extranjeras. Todos ellos encontraron en el yihadismo una salida a su frustración. Todos ellos fueron empujados a tomar las armas por George W. Bush y su equipo de gobierno.

De estos iraquíes furiosos y humillados al auge del Estado Islámico hay sólo un paso. Estados Unidos se demostró incapaz de controlar la situación en Iraq, y después de asegurar su dominio sobre determinados intereses estratégicos, comenzando por el petróleo, abandonó a los iraquíes a su suerte. El Estado Islámico se hizo casi de inmediato con el control del norte del país, y comenzó a conquistar grandes ciudades y a poner sus ojos en los países vecinos, como Siria. La irresponsabilidad de Estados Unidos y su insaciable voracidad capitalista despertaron a una bestia que después fueron incapaces de controlar, y la bestia comenzó a campar a sus anchas por todo Oriente Próximo.

Sin duda, Mosul, Hatra y ahora Palmira han sido víctimas de una visión radical y criminal del Islam, el yihadismo, que debe ser combatida por el resto de la humanidad con todas las fuerzas a su alcance. Pero achacar esta tragedia a un supuesto fanatismo esencial de los musulmanes y no querer ver detrás de ella la mano irresponsable de los intereses capitalistas globales sólo puede defenderse desde la ceguera o el más absoluto cinismo.


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