
"Augusto", de Adrian Goldsworthy
Que Augusto es uno de los personajes más importantes de la historia de la humanidad es algo que está fuera de toda duda. El hombre que transformó de forma estable y definitiva la República oligárquica de Roma en una dictadura de tintes monárquicos cambió con ello el rumbo de la Historia de Occidente al tiempo que creó estructuras de poder y toda una simbología ligada a ellas cuyos ecos aún resuenan en nuestros tiempos. Tal vez por eso, Augusto sea uno de los personajes históricos que más atención ha merecido por parte de la historiografía moderna.
Sin embargo, el consenso académico acerca de Augusto está muy lejos de haberse alcanzado. Como suele ocurrir con los personajes históricos de vida larga y fecunda de los que poseemos una cantidad de fuentes mayor de los que nos hablan de sus contemporáneos, las biografías de Augusto escritas hasta la fecha resultan enormemente contradictorias entre ellas. Mientras algunas se complacen en señalar al joven Octaviano, cruel y despótico, como la esencia del personaje, otros historiadores se han centrado más en poner de relieve la última etapa de su vida, la del príncipe tolerante, respetuoso con la vida de sus conciudadanos y mecenas de las bellas artes. Aunque trata de no caer en excesos, la biografía escrita por Adrian Goldsworthy tendría que enmarcarse en esta segunda categoría. No queremos decir con esto que el “Augusto” de Goldsworthy sea una de tantas hagiografías que se han dejado fascinar y enamorar por el personaje, pero desde luego sin de algo peca es de ser indulgente con algunos de sus elementos más polémicos.
En efecto, Augusto es un personaje lleno de contradicciones, pero al mismo tiempo con una capacidad de seducción tan grande que resulta sencillo dejarse arrastrar hacia la fascinación y la admiración sin paliativos. Es algo que ya les ocurrió a sus contemporáneos, y el efecto no ha desaparecido del todo con el paso de dos milenios. ¿Cómo juzgar de forma negativa al hombre que convirtió la Roma de barro y adobe que había conocido de niño en una Roma de mármol puro e imperecedero? ¿Cómo condenar con afilada pluma de historiador al soberano que impulsó la creación de obras como la Eneida de Virgilio, las Metamorfosis de Ovidio o los poemas de Horacio? Este Augusto, general victorioso, gobernante clemente, legislador incansable, suele eclipsar al joven Octaviano que no había dudado en firmar las proscripciones con las que miles de romanos, y entre ellos nada menos que Cicerón, fueron condenados a muerte. Si un historiador de la talla de Mommsen ya se dejó seducir por el personaje, podemos hacernos una idea de las dificultades que reviste para un especialista hacer una biografía serena y crítica de Augusto.
En su “Augusto”, Goldsworthy hace un recorrido por la carrera y la vida de Augusto desde su infancia, de la que sabemos muy poco, hasta su muerte y su legado. Aunque deja pocos temas por tratar, es evidente que en una obra de estas características resulta imposible profundizar en ninguno de ellos. Para ello resulta de gran utilidad la bibliografía reseñada al final del libro, una invitación a continuar leyendo acerca de los diversos aspectos del gobierno y la vida de Augusto.
Desde que en 2002 se tradujera al castellano su obra sobre las Guerras Púnicas, Golsdworthy se ha convertido en uno de los referentes esenciales de la divulgación de calidad sobre la historia de Roma en nuestra lengua. A pesar de ser experto en historia militar, las obras más leídas y conocidas de este historiador doctorado en Oxford son precisamente sus biografías de dos grandes personajes: César y Augusto. Estos libros son hoy las obras de referencia esenciales para cualquiera que quiera acercarse a la crisis de la República romana desde un nivel de divulgación, ya que son sencillas de encontrar y no requieren del lector ni un gran bagaje de conocimientos previos ni una capacidad titánica de comprensión lectora. Lo cierto es que Goldsworthy no aporta gran cosa a nuestro conocimiento sobre estos dos personajes, pues resultaría difícil decir algo novedoso cuando los mejores historiadores de varias generaciones han dedicado su tiempo, en ocasiones sus carreras enteras, a desentrañar hasta los más mínimos detalles sobre las vidas de César y Augusto. Basta pensar en nombres como Syme, Gruen, Lintott, Canfora… para darnos cuenta de la magnitud de los gigantes que precedieron a este autor en su labor. El mérito de Goldsworthy está precisamente en haber sabido llevar al gran público las investigaciones y conclusiones de autores más académicos y de más difícil lectura. Las cifras de ventas en muchos países y el afecto de centenares de miles de lectores en todo el mundo dan fe de si ha conseguido su objetivo o no.
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