Entrevista a Luis Manuel López Román, autor de la novela "La sangre de Baco"
El tema de los detectives de lo sobrenatural no es nuevo. Basta pensar en el personaje de cómic John Constantine, o en el agente Pendergast de Preston y Child, o incluso en el menos conocido hoy en día Jonh Silence de Algernon Blackwodd. Tampoco las novelas de detectives ambientados en el mundo romano han sido precisamente escasas en los últimos tiempos. Dan fe de ello personajes que han vendido millones de novelas en todo el mundo, como el Didio Falco de Lindsey Davis o el Gordiano el Sabueso de Saylor. ¿Pero qué se obtiene si mezclamos ambos mundos? ¿Qué sale si situamos a nuestro detective de lo sobrenatural en la Roma republicana? ¿Y si además le añadimos elementos de novela negra, un punto de terror y una pizca de sentido del humor? El resultado lo podemos comprobar en la saga de novelas de Marco Lemurio, escrita por Luis Manuel López Román y de la que ya podemos encontrar en las librerías sus dos primeras novelas: Oscura Roma y La sangre de Baco.
Charlamos con Luis Manuel López Román sobre su última novela, La sangre de Baco, sobre la inspiración para escribir, el género de la novela histórica, sus planes de futuro y sobre todo lo humano y lo divino.
¿Por qué Roma? ¿Por qué la República?
En mi caso no había opción. Roma es mi pasión desde que hace más años de los que me gusta reconocer cursé la asignatura de latín en aquel lejano curso de 2º de BUP. Yo, hasta ese momento, estaba convencido de que mi futuro estaba en las ciencias, en concreto en la biología, una materia que me apasionaba. Para que te hagas una idea, no sólo me tragaba todos los documentales de la 2 de por la tarde, sino que los grababa en VHS y los volvía a ver una y otra vez… Sin embargo, el latín se cruzó en mi vida, y lo hizo de la mano de un profesor de esos que te marcan de por vida. La civilización latina, la historia de Roma, que conocí en aquella asignatura me enamoró hasta el punto de que al año siguiente dejé biología, matemáticas, física y las cambié por más latín, griego, literatura… Y después llegaron las carreras de Historia y Filología Clásica. Roma es mi pasión, mi obsesión, el mundo en el que me siento más cómodo, el que mejor entiendo. Era inevitable que mi vocación como escritor tomara este camino.
Y en cuanto a la República, yo siempre digo, en broma, que con Augusto empieza la Edad Media. Esta afirmación, que tiene mucho de provocación y nada de realidad histórica, refleja muy bien mi forma de mirar la historia romana. Para mí es en la República donde están las esencias de Roma: la competición entre los nobles por las magistraturas, las luchas sociales, la expansión por el Mediterráneo, los choques contra los estados helenísticos… El Imperio es historia de Roma, por supuesto, pero es ya una Roma diferente, con otras estructuras, otra mentalidad y, ante todo, otras fuentes diferentes con las que trabajar. Mi Roma es la Roma de Cicerón. Ahí, en esos años que podemos alargar desde Tiberio Graco hasta la consolidación en el poder de Augusto, es donde me siento en mi casa. El resto de etapas las puedo visitar, y lo hago, pero lo hago como un turista, fascinado ante lo que ve, pero que al mismo tiempo desea regresar al hogar para descansar.
¿De dónde nace Marco Lemurio? ¿Cómo ha evolucionado el proceso de escritura de Oscura Roma a La sangre de Baco?
Marco Lemurio nació ante todo como un experimento para mezclar mis dos pasiones: Roma y la literatura de terror. Oscura Roma, la primera novela, fue simplemente eso: un juego literario sin más pretensión que entretenerme yo y hacer disfrutar a los lectores que se asomaran a sus páginas. Quería llevar a Stephen King y a Clive Barker a dar un paseo por el Foro, y dejar que estos dos maestros intentaran contar una historia a través de mí.
Pero el proyecto creció, y después de haberlo autopublicado llegó a la Esfera de los Libros, y de ahí a miles de lectores en España y Portugal, y eso hizo que la segunda parte, La sangre de Baco, ya la haya concebido como algo más elaborado. Fue una escritura más consciente pensando en un resultado final que tenía un grupo de lectores esperando a que llegara a sus manos. No se escribe igual cuando piensas que aquello se quedará en el limbo de los versos perdidos que cuando eres consciente de que hay gente deseando leerte.
¿En qué se diferencia la saga de Marco Lemurio del resto de novelas históricas de Roma que hemos visto hasta la fecha? ¿Qué aporta?
Si algo tengo claro es que no voy a perder el tiempo trabajando una tierra que ya ha dado los mejores frutos que pueden esperarse de ella. La novela histórica de romanos tiene unos antecedentes que son muy difíciles, me atrevería a decir que imposibles de superar. ¿Novelar la historia de la República romana y sus grandes personajes después de haber leído las novelas de Colleen McCullough? ¿Escribir sobre la vida de los Julio-Claudios después de Robert Graves? No, gracias. Incluso tratar de emular lo que ha hecho Santiago Posteguillo con Escipión o Trajano me parecía un absurdo intento de engancharme a un carro que ya estaba rodando a demasiada velocidad. No, ese camino ya estaba hecho, y muy bien hecho.
Por ese motivo en Marco Lemurio he tratado de profundizar en otra Roma, diferente de la de los grandes generales y senadores. Una Roma más desconocida, que apenas dejó registros en las fuentes, pero que resulta tan fascinante o más que la que se ve en los discursos de Cicerón o los escritos de César. Yo quería bajar a la Roma de la plebe, a la de ese pueblo que se moría de hambre en el momento en el que el precio del pan subía y que sudaba sangre para pagar el alquiler de sus miserables apartamentos. Una Roma de tabernas, prostíbulos, mercados, letrinas y termas baratas. Por eso escogí ambientar buena parte de la acción de las novelas en el barrio de la Subura, porque según las fuentes antiguas era en este valle ubicado al noreste de la ciudad donde latía el alma plebeya de Roma. Marco Lemurio es un hombre del pueblo, y gracias a eso a través de sus ojos podemos conocer la Roma más desconocida. Lo que no quita, por supuesto, para que en las novelas tengan una gran importancia los senadores, sus mansiones, sus maniobras políticas…
Si a esto le añadimos los elementos de magia y esoterismo que dan entidad a la saga creo que tenemos un resultado que es, al menos, original, y que puede hacer que el lector pase un buen rato. Y al final, se trata de eso: de que el lector disfrute al sumergirse en una historia.
En La sangre de Baco hay además un componente de análisis y crítica social muy fuerte…
Lo hay, sin duda. El año 67 a.C. fue un tiempo de crisis social muy aguda en Roma. El sistema organizado por Sila en su dictadura, que había devuelto al Senado la preeminencia absoluta en el control de la República, comenzaba a desintegrarse a medida que las diversas factiones nobles se enfrentaban entre ellas. Pompeyo, el gran general que había derrotado a los enemigos de Sila en Italia y a Sertorio en Hispania, se encontraba varado en una política civil en la que no se sentía a sus anchas. Él era un militar, y quería volver a ponerse al frente de un ejército. Sin embargo, sus adversarios no estaban dispuestos a otorgarle un nuevo mando tan fácilmente… y a partir de este punto se desarrollaron todo tipo de intrigas y enfrentamientos, no sólo entre los propios senadores, sino ante todo entre sus partidarios en las calles. Además, la piratería hacía estragos en el Mediterráneo, y eso lastraba el comercio, haciendo que los precios de todos los productos subieran debido a una demanda creciente y a una oferta cada vez más irregular. El hambre comenzaba a hacer acto de presencia en los barrios humildes, y como no podía ser de otra manera los políticos usaron el sufrimiento de los pobres para manipular sus emociones y arrastrarlos a la lucha de factiones. Los collegia, las asociaciones profesionales y territoriales que dominaban la vida de los barrios, articularon estos enfrentamientos, y la situación en Roma se convirtió en algo irrespirable, con combates callejeros constantes entre partidarios de Pompeyo y seguidores de sus rivales. Por supuesto era el pueblo el que ponía la sangre y los muertos… Es en este contexto en el que se desarrolla La sangre de Baco. Era imposible no hacer crítica social en un marco histórico en el que la gente se está matando en los barrios en nombre de unos políticos que departen mientras tanto de forma tranquila y segura en la Curia. Marco Lemurio observa todo esto con asco y resignación, y reflexiona acerca del mundo que le rodea…
En ese sentido, ¿cómo veía Marco Lemurio la política romana?
Aunque una y otra vez se ve arrastrado a tener que mezclarse en estos asuntos, es un mundo que no le interesa en absoluto. Para Marco los senadores de una u otra factio son esencialmente lo mismo: hombres ricos que quieren ser más ricos, hombres poderosos que quieren acaparar más poder, mientras arrojan algunas migajas de pan a un pueblo famélico y embrutecido que aplaude a rabiar cada vez que logra alcanzar alguna. Marco desprecia a todos los políticos, aunque llega a apreciar a algún senador concreto una vez entra en contacto con ellos y los conoce desde el punto de vista personal. Para él la política es un juego de titanes que se pelean sin importarles el estar pisoteando a los simples mortales en el transcurso de sus luchas.
¿Hay algo de Luis López en esa visión que Marco tiene de la política?
Supongo que sí. Obviamente tengo mi ideología y mis preferencias políticas, llenas de contradicciones y de sesgos irracionales, pero mía al fin y al cabo. Desconfío profundamente de aquellas personas que dicen no tener ideología: por lo general la tienen, y muy marcada. Pero una cosa son las ideas y otra es la política que dice defender esas ideas. Yo, como Marco, creo que el juego político hoy en día no es más que una pelea de partidos por alcanzar, aumentar o aferrarse al poder. No tengo fe ninguna en los políticos, que no es lo mismo que no tener fe en la política. Por desgracia creo que el Parlamento es un teatro de marionetas con el que se nos distrae mientras los temas importantes se dirimen en otros espacios a los que el pueblo no tiene acceso. Pero también creo que esto no tiene por qué ser así, que el sistema se puede cambiar y que podemos llegar a tener una clase política que de verdad haga de la vocación de servicio el motor de su actuación.
Eres un usuario muy activo en redes sociales. ¿Te ha reportado esto más alegrías o más disgustos?
Las redes sociales me han permitido conocer a muchísima gente maravillosa. Twitter en concreto me ha enseñado a ser más humilde, a pensar antes de hablar, a revisar mis sesgos y a escuchar mucho antes de opinar algo. Desde este punto de vista para mí las redes sociales han supuesto un hallazgo muy positivo. Tengo seguidores de todo tipo, de izquierdas, conservadores y liberales, y hablo con ellos a menudo desde el respeto y la vocación de construir un buen diálogo. Incluso tengo relaciones más que cordiales con políticos de diferentes partidos, de Podemos, del PSOE, del PP y de diferentes partidos nacionalistas, que me demuestran cada día que son grandes personas más allá de los colores de sus siglas. Por supuesto yo mismo cometo errores, casi a diario, y sigo hablando de más, perdiendo los papeles y entrando en polémicas absurdas que sólo me aportan dolores de cabeza y pérdida de tiempo. Y en ocasiones soy yo, tonto de mí, el que crea esas polémicas…
Si me centro en la parte negativa de las redes sociales reconozco que también me han hecho pasar muy malos ratos. Hay usuarios que se han convertido en profesionales del odio y la manipulación, incluso que han hecho de ello un lucrativo medio de vida. Alguna vez he caído en manos de uno de esos agitadores virtuales y me han dado cera de la buena. Curiosamente me ha pasado desde todos los espectros del panorama político. Me han llamado amigo de los independentistas catalanes y a los diez minutos rancio mesetario españolista. Me han acusado de ser comunista acérrimo y a los pocos días de compadrear con la derecha. Yo no oculto mi tendencia: me considero socialdemócrata por encima de todo, porque creo que una estructura redistributiva progresiva y un estado que sirva de árbitro en determinados aspectos de la vida pública es necesario y positivo. Pero también creo firmemente en muchos postulados del liberalismo, como la libertad de expresión en su forma más radical. Supongo que soy un socialdemócrata que tiene cierta tendencia al socioliberalismo.
¿Usas las redes para promocionar tu trabajo?
Por supuesto. De hecho, si no fuera porque las considero una plataforma de promoción en muchas ocasiones me habría marchado de ellas. Pero las redes son una plataforma perfecta para compartir tus obras, especialmente para un escritor. Tengo varias páginas webs de diversos temas, todas ellas con sus cuentas correspondientes en redes. En ellas comparto contenidos de todo tipo y, por supuesto, hablo de mis novelas. Hoy en día resulta ingenuo creer que se puede llegar a ser escritor profesional sin tener presencia en redes. Sólo los que ya están consagrados o los que logran que sus editoriales se gasten muchísimo dinero en ellos lo consiguen. Los demás tenemos que estar en las redes sí o sí.
¿Qué opinas del fenómeno de la autopublicación por el que apuestan muchos escritores?
Creo que es un fenómeno que va a ir en aumento, nos guste o no. El mercado editorial está muy saturado, y cada semana salen a la venta tantas novedades que es imposible que todas ellas alcancen un nivel aceptable de ventas. Sencillamente, no hay lectores para tanto como se publica. Sin embargo, las editoriales siguen ofreciendo a los escritores unas condiciones que muchos consideran precarias. ¡Y lo digo yo que tengo la enorme suerte de haber dado con una editorial muy fuerte como la Esfera de los Libros, que me ha mimado al máximo desde el primer momento en el que empecé a trabajar con ellos! Por desgracia, mi caso es una excepción. Por compañeros escritores sé que hay muchas editoriales que abusan de las condiciones que ofrecen en sus contratos. Además, el escritor acaba siendo el responsable de la promoción de la obra, bien porque la editorial no dispone de medios o porque no quiere hacer las cosas bien. La consecuencia lógica es que los escritores se vayan a la autopublicación. Ya que tienen que hacer ellos casi todo el trabajo, prefieren llevarse también casi todo el beneficio. Es un tema complejo sobre el que merecería la pena que el sector reflexionara. Yo hoy por hoy estoy muy bien a todos los niveles con mi editorial: me tratan bien, me promocionan, me dicen cosas bonitas en redes sociales y me perdonan los líos en los que me meto, que no es poco. Además, sé que al trabajar con una editorial tal vez ganas menos pero al mismo tiempo contribuyes a sostener una industria que genera muchos puestos de trabajo en diversos sectores, cosa que con la autoedición no sucede. Esto también me ayuda a seguir apostando por este formato.
Por último, ¿cómo convencerías a un lector de que se animara con las novelas de Marco Lemurio?
Creo que es una saga de novelas que puede atraer a un público muy diferente. Tanto el que busque una buena recreación de la antigua Roma, como el que prefiera una trama que mezcle misterio con terror y dosis de novela negra, puede encontrar en Marco Lemurio un compañero adecuado para pasar un buen rato. Mi objetivo último al escribir ficción no enseñar historia, ni reflexionar acerca de la sociedad… Todo eso ocurre sin duda, pero no es la idea principal. Mi intención principal es hacer que el lector disfrute con la lectura, sin más. Si logro esto, si logro que un lector piense “un capítulo más antes de dormir”, o si consigo arrancarle una sonrisa, una carcajada, una lágrima… entonces la existencia de Marco Lemurio estará justificada.