"Calígula. El emperador loco de Roma", de Stephen Dando-Collins
La figura de Calígula siempre ha atraído la atención del gran público. Ya en la propia Antigüedad, este emperador quedó marcado por los excesos cometidos durante su reinado, su carácter despótico, su nulo respeto a las instituciones de gobierno en Roma y su comportamiento errático. Los autores antiguos que hablan de Calígula y cuya obra hemos conservado no ahorran todo tipo de calificativos negativos para describir tanto al personaje como sus políticas. Dión Casio y Suetonio coinciden en poner de relieve estos elementos que ya hemos señalado, y ningún otro autor se atrevió a contradecirlos. Por desgracia, el testimonio de Tácito, que suele ser más fiable y objetivo que el de los autores mencionados, lo hemos perdido en lo que se refiere al reinado de Calígula.
Siguiendo esta estela, los historiadores posteriores perpetuaron esta imagen de Calígula como dirigente enloquecido y sin escrúpulos, una tendencia que ha sido además recogida por novelistas y cineastas, hasta el punto de que la distorsión del personaje hace difícil diferenciar dónde empieza la historia y dónde empieza la leyenda y el bulo. ¿Cómo olvidar los Calígulas creados por Robert Graves para su novela “Yo, Claudio”? ¿Y cómo no dejarse influir por la interpretación que en la adaptación de la misma a la televisión hizo el gran John Hurt? ¿ Y el Calígula de Malcolm McDowell en la versión de alto contenido erótico rodada a finales de los años setenta? Por suerte o por desgracia, el público de Occidente ha crecido con estas recreaciones de Calígula, y resulta muy difícil sacar de su mente a ese emperador loco que convirtió el palacio imperial en un burdel y nombró cónsul a su caballo.
Sin embargo, mientras la ficción tomaba estos derroteros, algunos historiadores apostó por el análisis sereno y detenido de las fuentes con el objetivo de tratar de llegar al Calígula histórico, más allá de la manipulación de las fuentes antiguas y, por supuesto, por encima de las reconstrucciones modernas de la literatura y el cine. No ha sido una tarea sencilla: resulta difícil encontrar en las fuentes datos sólidos que nos permitan afirmar que Calígula no fue en realidad el loco que llegó a vestir la púrpura. Hasta los historiadores más benévolos con el personaje han tenido que admitir que algunas de las decisiones de Calígula respondían simplemente a una forma de entender el poder despótica e irresponsable o incluso que algunos de los rasgos de su carácter podrían relacionarse con alguna dolencia mental severa.
El libro de Stephen Dando-Collins “Calígula”, que lleva como sugerente subtítulo “El emperador loco de Roma” se enmarca en esta corriente de revalorización de la figura de Calígula. Aunque Dando-Collins no tiene formación académica como historiador, ha publicado decenas de trabajos acerca de todo tipo de temas, desde la literatura infantil a la historia de Francia o Inglaterra en diferentes épocas. Su fascinación por Roma le ha llevado a indagar en aspectos concretos de la cultura y la civilización latina, llegando a adquirir un notable dominio del campo militar, fruto del cual es su libro “Legiones de Roma”, una obra a la que hay que reconocer una notable calidad.
En “Calígula”, Dando-Collins intenta analizar la figura del emperador tratando de despojarlo de los bulos y exageraciones y analizando algunas de sus polémicas decisiones a la luz del contexto histórico en el que tuvo que vivir. Como él mismo dice, su objetivo es ir más allá de la parcialidad de Dión Casio y Suetonio para encontrar al Calígula humano en todas sus dimensiones. Una intención muy loable, que el autor sólo consigue a medias y con notables inconsistencias y conclusiones forzadas.
Su interés en explicar cada aspecto del gobierno de Calígula desde un prisma racional es tal que llega a minimizar algunas de sus más crueles decisiones, como la de tirar al mar a los invitados de un banquete, como simples juegos sin mala intención, o el intento de conquista de Britania como una campaña cargada de lógica y sentido militar y político. Incluso sus actos más excéntricos, como su reconocimiento público como una divinidad y actuaciones en este sentido como aparentar que poseía el don de la profecía, le parecen a Dando-Collins elementos coherentes en la práctica política imperial.
Por otro lado, el rigor que Dando-Collins dice aplicar a las fuentes para aligerarlas de sus manipulaciones lo limita a la figura de Calígula, ya que otros personajes aparecen en este libro retratados sin crítica alguna a la forma en la que los autores antiguos manipularon su memoria. Así, nos describe a Tiberio de forma tajante como un viejo pederasta, sin detenerse a analizar el contexto en el que tales rumores cayeron sobre este emperador en el último tramo de su vida, y tacaño, cuando si algo ha puesto de relieve la moderna historiografía ha sido precisamente el enorme escrúpulo con el que el segundo emperador de Roma trató la hacienda pública.
Hay que señalar por último lo chirriantes que resultan para el historiador las constantes referencias al mundo actual y sus relaciones más que forzadas con la historia de Calígula. El último capítulo, “Extrayendo conclusiones para el presente”, es sólo un ejercicio de oportunismo que busca ligar, de forma imposible de justificar desde el punto de vista historiográfico, al emperador romano con la figura de Donald Trump, algo en lo que por desgracia han caído comentaristas, escritores e incluso algún que otro historiador. Dando-Collins llega a decir que Calígula y Trump comparten rasgos psicopáticos, una afirmación totalmente arriesgada y fuera de lugar en una obra de divulgación histórica.
Pese a estas limitaciones que hemos señalado, el “Calígula” de Dando-Collins también presenta algunos elementos positivos que pueden hacer de él un buen libro para el gran público. En primer lugar, está escrito de forma amena y no cae en grandes disquisiciones historiográficas que poco aportan al simple aficionado. Por otro lado, su brevedad, no llega a las trescientas páginas, hace de él un ensayo adecuado para el que simplemente quiera adentrarse en la figura del emperador sin indagar con profundidad en el tema.
“Calígula”, de Stephen Dando-Collins, pude ser en definitiva una obra de lectura agradable para el que no esté familiarizado con la historia de Roma, pero sus muchas licencias y conclusiones forzadas hacen que el historiador profesional difícilmente pueda sumergirse con agrado entre sus páginas.